Mis familiares, solo los más jóvenes, nos hemos reunido por primera vez sin la intervención de ninguno de esos adultos que tomaban las decisiones hacía años acerca de juntarse para una u otra festividad en su propia casa. Y la experiencia, lejos de las tensiones y los roces que nadie entiende muy bien dónde se originan, pero que están ahí como una caries bien visible, ha sido agradable, relajada y feliz.
La incógnita que me persigue desde entonces es si acaso la hostilidad familiar será un problema generacional. ¿Son los boomers y la generación X la raíz de todo mal? ¿O podría ser que mis primos cuenten con alguna especie de gen innovador que los hace no juzgar las decisiones de los demás? ¿Acaso será posible que la siguiente generación de nuestra familia no se estanque en viejas rencillas no superadas?
Sandra Rodríguez Martos
Fuenlabrada